No
es infrecuente que los escritores discutan sobre cómo debe ser el final de una
obra, en particular si ésta es de intriga. Algunos afirman que la resolución de
la trama debe explicarse de forma sistemática y exhaustiva. Un servidor
disiente por completo de este parecer, y las obras que siguen esta praxis le
recuerdan a esos malos contadores de chistes que, ante la carencia de
carcajadas de su público, se empeñan en explicar por activa y por pasiva la
gracia del mismo una vez concluido. Siempre he preferido proporcionar al
lector todas las piezas precisas, pero que sea él quien acabe armando el rompecabezas.
Todo
esto viene al cuento de que algunos lectores me han transmitido sus dudas respecto
al final de Los confines de la noche,
e incluso otros han errado en su interpretación de extremo a extremo. No es la
primera vez que algo así me ocurre: que algo, que a mis ojos posee una claridad
meridiana, no sea entendido más que por un servidor
Hace
muchos años, antes de que descubriera el vicio de emborronar folios, más por
compromiso que porque me apeteciera o poseyera la más ínfima noción sobre el
tema, a un servidor poco menos que le obligaron a convertirse en uno de los socios
fundadores de una asociación de heráldica y genealogía. La primera actividad de
la citada debía ser la publicación de un boletín, para el que los socios debían
colaborar con sus trabajos.
Expuesta
mi proverbial ignorancia al respecto, no me quedaba otra salida que escribir
una historieta, ni siquiera me atrevería a calificarla como relato, sobre el
tema. Versaba sobre un tipo redicho, sabidillo y con ínfulas de erudito, que se
autocalificaba como historiador, heraldista y tasador de embudos. El citado adquiría
en un mercadillo un escudo, y, al examinarlo en casa, descubría una leyenda en
el dorso: ENCIMADETINAJAPAN, escrito sin espacios al modo de las inscripciones
medievales, que, rápidamente y a pesar de no tener la menor idea al respecto
(como suele ocurrir en estos casos), atribuyó al origen zamorano del dueño del
escudo (por las comarcas de tierra de pan y tierra de vino). No obstante, se
percata de que algunas de las letras, en lugar de grabadas, están pintadas con purpurina,
en concreto las siguientes: ENCITA.
El
caso es que le di a leer mi colaboración
a los otros cuatro socios fundadores, todos ellos tipos cultos y
sesudos, y ninguno descubrió la gracia del mismo y que a mí se me antojaba tan
evidente: eliminando las letras pintadas, la leyenda resultante era: MADE IN JAPAN.
Y no sólo no fue entendido el chascarrillo, sino que el tono jocoso del relato
fue interpretado por el único socio que sabía algo de heráldica como una burla
personal contra su persona, y la asociación se disolvió en ese mismo instante.
Es
por esto que, cuando escribo algo que me parece trivial y obvio y no es
entendido por los lectores, lo denomino el paradigma del tasador de embudos.
PD: confiaba en que esta página se convirtiera en el centro de debates sobre la novela, pero mis lectores parecen recelosos al respecto. Anímense, que es gratis.